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Comprometidos con el campo
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Saber cuándo plantar es tan importante como saber qué plantar. Cada especie tiene su propio ritmo biológico, marcado por la temperatura, la humedad y la duración del día. Respetar esos tiempos naturales no solo facilita el enraizamiento y el crecimiento, sino que también reduce la necesidad de riego y fertilización, optimizando recursos y mejorando la salud del cultivo.
En líneas generales, las épocas templadas, como el otoño y la primavera, son las más favorables para la mayoría de especies. En otoño, el suelo conserva todavía parte del calor del verano, pero el ambiente es más fresco y húmedo. Estas condiciones permiten que las raíces crezcan sin el estrés del calor intenso ni la demanda hídrica excesiva. Plantar en otoño ofrece una ventaja decisiva: las plantas tienen tiempo para establecer un sistema radicular sólido antes de la llegada del verano siguiente.
Por otro lado, la primavera temprana también es una buena ventana para muchas especies, especialmente aquellas más sensibles al frío o con crecimiento rápido. En esta época, el suelo empieza a calentarse y hay una disponibilidad creciente de luz, lo que estimula la brotación y la actividad fotosintética. Sin embargo, conviene evitar plantar justo antes de episodios de calor extremo o de lluvias intensas, ya que pueden provocar estrés o asfixia radicular.
El invierno puede ser un momento adecuado para especies caducifolias y arbustos que entran en reposo vegetativo. Al no estar en crecimiento activo, toleran mejor el trasplante. En cambio, para especies tropicales o sensibles al frío, es la época más desfavorable: las bajas temperaturas ralentizan la actividad radicular y pueden dañar tejidos jóvenes.
En climas áridos o mediterráneos, donde el verano es largo y seco, anticipar la plantación al otoño es una estrategia especialmente útil. La planta aprovecha las lluvias de esa estación y la humedad del invierno para establecer raíces profundas, reduciendo su dependencia del riego en los meses más duros.
Más allá del calendario, el mejor indicador es el estado del suelo. Debe estar templado, con buena estructura y contenido de humedad suficiente para facilitar la manipulación y el asentamiento del cepellón. Evita plantar cuando el terreno esté encharcado o excesivamente seco: en ambos casos, la compactación y la falta de oxígeno dificultan el enraizamiento.
En resumen, elegir la época adecuada para plantar no es cuestión de fechas fijas, sino de entender el equilibrio entre temperatura, humedad y actividad del suelo. Cada región y cada especie tiene su momento óptimo, y reconocerlo marca la diferencia entre una planta que sobrevive y otra que prospera desde el primer día.